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Lo Que la Enfermedad de Mi Piel Me Ha Enseñado

  • Foto del escritor: Maverick Ramirez
    Maverick Ramirez
  • 15 feb 2018
  • 6 Min. de lectura

Un vistazo a la vez

Han pasado cuatro meses desde que me gradué del colegio y estoy viendo algunas fotografías que supondrían hacerme sentir orgulloso por superar tal etapa. Volteo las imágenes, rebuscadamente trato de dar con la razón del porqué debería ser así pero no hay nada que pareciese extraordinario, tan sólo veo a uno de tantos estudiantes que asisten a los centros educativos para algún día ser un profesional, lo que sea que signifique. En su lugar, las palabras surgen. "Espero algún día no desear la piel de los demás", me digo; el único deseo que tengo además de lograr construir mis propias metas. "Sí, eso espero", pareciese que alguien en mi interior responde con un tono burlesco. Mi subconsciente lo desea tanto como yo.

Sigo bajando, intento encontrar el momento preciso en que mi piel decidió convertirse en una especie de comida rápida no digerible. Creo que he llegado a la conclusión de que dicha metamorfosis ocurrió en alguna parte de octavo grado, el mismo año en que pase de ser un carajillo con cabello exclusivamente en la cabeza -cuyo año se valió de un nuevo corte, una tragedia cómica- a tener una burla de bigote un tanto molesto. Pero antes de que pudiese darme cuenta de que habrían personas interesadas en mí, mis hormonas decidieron dar inicio a la fiesta antes de que yo supiese tan siquiera lo que significaba. Imagino pequeños organismos viviendo de los ácidos que necesita mi cuerpo para protegerse: "¿Creés que te ves bien? Veamos como salís de esto".

Las clases transcurren con normalidad y llega el receso luego de las lecciones de Inglés, el novio de una integrante de mi "grupo de amigos" al cual él pertenecía (aunque no quisiera), vacila con otra al decir de mí:

"Qué guapo, ¿ah?"

"Pfff (esta es ella respondiendo), sí claro. No ve que cosa más fea con esa cara"

Mi primera reacción fue hacer caso omiso; principalmente porque pareciese inusual, sino bastante ofensivo, describir así a alguien que se supone es al igual su amigo diciéndole "cosa más fea".

Pero luego me puse emocional. ¿Cosa más fea? ¿Es en serio? Con anterioridad se me había comentado que era gracioso ver como la sonrisa en mi rostro no desaparecía además de irradiar un aura algo creativa y astuta. Por lo que dicho comentario fue una especie de cláusula a una descripción que me identificaba no solo como divertido además de ingenioso, pero que significaba que el ver mi rostro durante transcurso del día lectivo sería tan doloroso como pasar por una colonoscopia sin anestesia preliminar.

Es fin de semana y la familia se ha reunido, mientras almorzamos mi abuela menciona algún nuevo tratamiento que descubrió para quitar el acné. "Dejá de tomar leche y comer chocolate" me dice, como si no los hubiese dejado hace un tiempo ya a mis 16. Al igual que muchos otros adolescentes mis primos han incurrido en el mundo farmacológico para lidiar con tal calvario. Fácilmente lo mencionarían pero no admitirían exactamente que sucede en tan ajetreada rutina y cómo se siente. El ámbito general al que me veo expuesto a diario pareciere ocultar las imperfecciones, o al menos pretendería que no estaban allí mientras los productos para lidiar con ello estaban ocultos en la habitación

y no tras el espejo del baño.

En otras ocasiones algunas personas mencionarían que me estaba viendo bien conforme pasaba el tiempo pero que básicamente concordarían en que me vería mejor sí buscase una solución a mi problema.

Repentinamente tengo 17 años y paso largas horas frente al espejo intentando imaginar las diferentes maneras en podría tener un rostro diferente al que se me otorgo, libre de defectos. Mientras espero a que transcurra el tiempo para que la mascarilla que utilizo haga lo suyo veo que no hay desigualdad en el tono de mi piel e imagino como sería eliminar todos los desperfectos de mi faz. La admiro, la sueño, la deseo y, finalmente, remuevo el producto. Sip... aún están ahí.

Al llegar a quinto grado empiezo a buscar algunas alternativas para lidiar con mi inconveniente. He llegado a una aburrida dieta de "sólo Cetaphill". Pero en último año me harté, todo empeoro e inicié una aventura por la vitrina de rostros en las revistas. Empecé a probar cada uno de los divertidísimos productos que estuvieran en tendencia y que todas las personas atractivas utilizaran.

Debo tomar lo que pareciera ser la decisión más importante de mi vida: ¿a qué me voy a dedicar? Mientras la pregunta resuena en mi cabeza respondo el mensaje de alguien con quien he estado hablando por unos meses y me invita a asistir a unos cursos que decidió llevar con un amigo mientras transcurre verano. Llegó el día y finalmente nos vamos a ver, luego de la primer clase veo que están merendando y corro al baño esperando que no me haya visto. Tengo una reunión importante con el espejo (desearía nunca haber aceptado). Al salir, ahí está y al parecer ya se formo un grupo. La sangre llega a los vasos capilares de mi rostro sin perdón alguno, "¿por qué nos ignoraste?" Agh, no funciono. Y realmente fue así, dejó de asistir y muy pronto los cumplidos no aparecerían en mis mensajes, el siguiente paso sería eliminarme de sus listas en redes sociales. "Es mi cara, jamás en la vida le gustaría a alguien"; una frase que recurrentemente aparecería en mi cabeza.

Yo realmente no tengo nada planeado pero la vida sí, olvidaría el concurso a carrera de la universidad y tendría que estudiar algo más y/o trabajar. La idea estaba descartada. Pero el tiempo en casa es aburrido así que he decidido iniciar mi vida laboral. Luego de unos meses de trabajo puedo escatimar con los gastos de un especialista que me resuelva la vida. Los tratamientos orales que me suministrarían con anterioridad no funcionarían; además de ser riesgosos para el resto de mi organismo, pareciera que mi piel no los aceptaría del todo -las alergias llegarían a ser aún más irritantes que el acné-.

Mi dermatóloga menciona que nunca incurre en el uso de ese tipo de métodos, los productos de uso tópico y una buena alimentación serían la guía a la iluminación que tanto busco. ¡Por fin! Todo empieza a tomar forma.

Después de un año finalmente cumplo mi promesa, entro a la universidad y a la carrera que tanto anhelaría luego de que apareciera repentinamente y dejara las otras opciones en la sombra. Llega el último día antes de las vacaciones de medio año y un chat lleno de mensajes recurrentes aparece con uno nuevo. "¿No querés salir luego de clases?" Me muero por unas crepas, acepto. Parece que la charla me gusta más de lo que esperaba, los cumplidos hacia lo que hago y soy llegan como bocadillos en la mesa. Seguimos mensajeando y me doy cuenta de algo: finalmente me gusta alguien (si, esta vez realmente es así). Salimos más seguido y de un pronto a otro hablamos de amor, ¿quién imaginaría que yo llegase a eso, huh? Pero algo me mantiene atento, realmente no estoy seguro de que sea así por mucho tiempo. Un tiempo luego de volver a clases el mensaje inicia diciendo: "Creo que necesito un tiempo". Mi consciente no lo esperaba ¡Y MENOS POR WHATSAPP! ¿QP? Se pueden imaginar realmente lo que eso quería decir. De nuevo, culpo a mi rostro.

Ha pasado un tiempo desde entonces, y entre tanto más que experiencias con las relaciones en diferentes sentidos. El trabajo, la universidad... y mucho de las desesperantes y agobiantes conversaciones internas que tengo a diario. Las lecciones son nuevas cada día, realmente nunca será posible complacer a cada persona que se cruce por nuestro camino. Inicio una especie de catálogo lleno de rostros famosos y cotidianos que simplemente son hermosos porque pertenecen a la persona única que los porta. Añado el mío a esta lista.

Me he percatado de que no hay manera en que los cumplidos provenientes del exterior alivien mis angustias internas, la causa de tan desesperantes momentos de inseguridad. Cada persona está al tanto de lo que le concierne a sí misma y no hay nadie más que nosotros pensando en cada "imperfecto" sobre nuestro cuerpo. Con el pasar del tiempo noto como las personas realmente se olvidan de todo aquello que a primera instancia no parece placentero a la vista, porque valoran la persona que hay frente a ellos. Esa es exactamente la actitud que tomo frente al espejo cada día. No hay manera de que cuide a quien veo en el reflejo sin amor.

Fotografías por Johnny Keethon / Vía Instagram


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